lunes, 26 de marzo de 2012

El recuerdo en la no existencia.


Muchas veces me han dicho (incluso yo mismo lo pensaba antes): “¿No te gustaría que te recuerden después de tu muerte? ¿No te gustaría saber que has logrado algo importante, que has dejado un legado?” La verdad, no, no me interesa. La razón es bastante simple: porque estaría muerto. Personalmente, no creo en paraíso alguno, en la vida eterna ni en la resurrección. Creo en la evidencia, y la evidencia hasta ahora es que la vida es una, lo demás son conjeturas de las cuales no vale la pena preocuparse, pues lo que es afirmado sin evidencia, puede ser rechazado sin evidencia.

Un breve pasaje de El Extranjero: “¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha llegado usted a desear otra vida!” Le contesté que naturalmente era así, pero no tenía más importancia que desear ser rico, nada muy rápido, o tener una boca mejor hecha. Era del mismo orden. Me interrumpió y quiso saber cómo veía yo esa otra vida. Entonces, le grité: “¡Una vida en la que pudiera recordar ésta!”.

Claro que sería interesante, si de alguna forma pudiéramos ver el impacto que nuestra vida haya dejado en nuestro mundo profesional y/o familiar, algún libro que merezca mayor reconocimiento póstumo, enterarse de tantas cosas que no se podría saber estando vivo. Pero no es así. Y por ese mismo motivo, no me importa en absoluto si soy recordado, lo que me interesa es disfrutar de mi efímero paso terrenal. Como menciona Skinner: “el lapso de una sola vida no permite aprender mucho”, pero es todo lo que hay. Me gustaría ponerlo en palabras de Camus, una vez más: “El peso mismo de la roca basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginar a Sísifo feliz". Para el mundo probablemente no soy nada, pero para mí, soy todo. "En el espacio infinito y en el tiempo infinito el individuo se encuentra dentro de su finitud y por consiguiente como una dimensión infinitamente pequeña" (Arthur Shopenhauer, El Mundo como Voluntad y Representación).

Sin embargo, si apunto a realizarme en esta vida, sólo para esperar ser recordado… creo que esta conclusión es acaso apresurada y por lo mismo incorrecta (al menos para mí). Probemos algo ahora mismo: imagínese que está muerto(a). ¿Qué fue lo siguiente que se imaginó? ¿A su familia? ¿Qué habría logrado en su vida? ¿Algún plan no realizado, alguna tarea pendiente, quizás? Pues bien, todo está mal. No está imaginando estar muerto, está imaginando cómo sería su post-muerte. Un cuerpo inerte no imagina nada, no evoca recuerdos, no regresa como un espíritu para cumplir sus tareas pendientes, simplemente… nada, no está, no es. Y lo que no es, no puede plantearse nada. No existe. Incluso cualquier idea es aproximada, pues estamos evaluando la no existencia desde un plano existencial. Haría falta estar muerto para saber cómo es estar muerto. Pero una vez más, el muerto no sabe nada. No importa si la muerte vino tan rápido que no se pudo planear nada, si fue un accidente o algo natural, nadie tiene la certeza de saber cómo va a dejar de existir. Por ello, no se puede esperar ser recordado, no se puede evaluar a ciencia cierta la no existencia. Al pensar en la muerte, hasta el más dantesco de los avernos puede parecer reconfortante.

El deseo de la inmortalidad, el querer permanecer a través del tiempo o el instinto de supervivencia quizás haya sido el motor de la humanidad por un buen tiempo. Para algunos incluso es el imperativo de su obrar moral: actúan bien para ser recompensados luego de esta vida. Por ello, no se puede esperar que todos lo desechen así, sin más. Acaso la voluntad de sobrevivir sea predecesora de la razón misma, a pesar de que nuestras vidas prime ésta y no aquélla. Pero no me atrevo a escribir más al respecto porque hay suficiente información, ya he logrado escribir lo que deseaba. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario