Nadie quiere perecer (excepto por los suicidas). Todos sabemos que algún día dejaremos de existir en este mundo. Algunos buscan refugio en las religiones, diversos dioses y vida eterna (o reencarnación del alma, dependiendo del contexto aleatorio donde se haya nacido). Hay quienes viven, disfrutan, aprenden, renuevan sus experiencias, a sabiendas que su paso existencial es efímero. Otros, sin embargo, han reducido su humanidad a la supervivencia. ¿Por qué? Nadie sabe con exactitud. Me atrevo a decir que ni ellos mismos (pues no son concientes de ello).
Todos queremos sobrevivir, la supervivencia es la razón por la que estamos vivos, de no ser por la selección natural y el deseo de no morir, la humanidad no habría aparecido. Sobrevivir es primordial, de ahí que el derecho más importante es el derecho a la vida. Sin embargo, no es posible reducir la humanidad a la supervivencia. Me corrijo: es posible, no es recomendable. Sólo los demás animales (por favor no entremos en taxonomía, sé que me dejo entender) viven por vivir. El ser humano, no debería. Los demás animales no saben que morirán, carecen de la conciencia necesaria para ello. Viven hasta que sus vidas son arrebatadas, sea por una casualidad o por longevidad. Esto es sobrevivir. Esto es no pensar en la muerte. “Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte” (Jorge Luis Borges, El Aleph). Sin embargo, de alguna manera, a veces se olvida que la vida es prestada, y es ahí cuando se comienza a sobrevivir sin saber ni por qué. Quizás se termina uno entregando a los brazos del placer y la simplicidad, pues no se debe asociar "supervivencia" con "aburrimiento": el ratón también siente placer al comer, y el gato lo siente al perseguir al ratón, sin embargo ninguno sabe por qué lo hace.
¿En verdad estoy viviendo o sólo estoy sobreviviendo? ¿Por qué me empeño en trazarme metas si no las cuestiono desde sus mismos cimientos? ¿Es que así funcionan las cosas y debo simplemente acostumbrarme? No me satisface la respuesta. Lo siento, pero el agridulce placer del “vivir por vivir” me es ajeno. Yo cuestiono mi actuar, desde el más trivial peldaño hasta el más importante salto (acaso estos últimos con mayor meditación). ¿Y mis conclusiones? No quiero tan sólo sobrevivir, ya que eventualmente he de morir. Quiero vivir. Quiero existir.