lunes, 26 de marzo de 2012

¿Y si alguien lo dijo antes?



-“Nadie cree ya en lo que el siglo XVIII consideraba verdadero. ¿Por qué hemos de deleitarnos aún con las obras que se consideraban bellas?”. ¿Qué cabe pensar de esto, señor? ¿Es quizá un poco paradójico?
Creí poder dar a mi idea la forma de una humorada
-Bueno… me parece muy interesante.
-¿Lo ha leído ya en alguna parte?
-Por supuesto que no.
-¿De veras, nunca, en ninguna parte? Entonces, señor –dice, entristecido-, es que no es verdad. Si fuera verdad, alguien lo habría pensado ya.

Parte de la conversación (dicho sea de paso, me gustó sobremanera en su totalidad) entre El Autodidacta y Antoine Roquetin en La Náusea, me ayuda a presentar precisamente estas ideas… ¿es que todo lo que pensamos, ya ha sido pensado antes? ¿Y si por cada tema que se nos ocurra, ya existe al menos un libro al respecto? ¿Es que acaso no somos tan creativos como pensamos? Paradójicamente, mi razonamiento no escapa de este círculo, pues alguien ya tendría que haber pensado en algo igual (o al menos parecido).

Es señal de hidalguía aceptar que, en la mayoría de los casos, existe alguien que sabe más que uno en cualquier tema que se nos ocurra. Si nos gusta leer, seguramente haya alguien que lea más. Si somos amantes de la música, debe haber alguien que lo sea más que uno. Pero, ¿esto quiere decir acaso que no debamos apuntar a ser lo mejor en lo que hacemos? Ciertamente no. A veces, es conveniente aceptar la superioridad de alguien más (ya sea un profesor o una “sana competencia”) para renovar el aprendizaje. La persona que se encuentre en la cima (ya sea sola  o compartida) de cualquier habilidad o tema que conozca, puede aspirar a ser conocido(a) para compartir sus conocimientos, puede aspirar a ser recordado a través de los tiempos (no es mi propósito discutir la validez de esta proposición) o puede simplemente sentir la satisfacción de ser uno de los mejores (acaso el mejor) en lo que hace.

Sucede algo parecido, creo yo, con el hecho de saber que lo que pensamos probablemente ya lo haya pensado alguien. Esto no quiere decir que debamos privarnos de pensar, mucho menos que sea una empresa baladí sin sentido. Todo lo contrario, asumo que es un reforzador bastante fuerte encontrar algún buen autor que haya escrito un ensayo sobre alguna idea que haya estado rondando en nuestra cabeza.

Esto también lleva al hecho de que, prácticamente, somos la suma de lo que pensamos, leemos, sabemos. Así, al continuar aprendiendo, ampliamos nuestra visión. Si pensamos algo a raíz de un libro, también podemos buscar un libro a raíz de alguna idea nacida por alguna causa fortuita (que puede o no, ser importante).

¿Y la creatividad? Es más evidente de lo que aparenta (o no aparenta). Por más libro que exista que pueda reforzar nuestro conocimiento, nadie nos quita lo pensado, nadie nos quita el placer de describirlo con nuestras propias palabras, y es totalmente lícito citar a cuantos autores se pueda para demostrar nuestro punto de vista (que también hubieron de ser, en su debido tiempo, sus puntos de vista). Además, no todo está descubierto aún. Quién sabe, quizás algún día pensemos (o descubramos) algo nuevo.

Espero no haberle “robado” a nadie esta idea de la cabeza, y espero también, que alguien lo haya pensado ya. Posiblemente encuentre a algún autor pronto.

El recuerdo en la no existencia.


Muchas veces me han dicho (incluso yo mismo lo pensaba antes): “¿No te gustaría que te recuerden después de tu muerte? ¿No te gustaría saber que has logrado algo importante, que has dejado un legado?” La verdad, no, no me interesa. La razón es bastante simple: porque estaría muerto. Personalmente, no creo en paraíso alguno, en la vida eterna ni en la resurrección. Creo en la evidencia, y la evidencia hasta ahora es que la vida es una, lo demás son conjeturas de las cuales no vale la pena preocuparse, pues lo que es afirmado sin evidencia, puede ser rechazado sin evidencia.

Un breve pasaje de El Extranjero: “¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha llegado usted a desear otra vida!” Le contesté que naturalmente era así, pero no tenía más importancia que desear ser rico, nada muy rápido, o tener una boca mejor hecha. Era del mismo orden. Me interrumpió y quiso saber cómo veía yo esa otra vida. Entonces, le grité: “¡Una vida en la que pudiera recordar ésta!”.

Claro que sería interesante, si de alguna forma pudiéramos ver el impacto que nuestra vida haya dejado en nuestro mundo profesional y/o familiar, algún libro que merezca mayor reconocimiento póstumo, enterarse de tantas cosas que no se podría saber estando vivo. Pero no es así. Y por ese mismo motivo, no me importa en absoluto si soy recordado, lo que me interesa es disfrutar de mi efímero paso terrenal. Como menciona Skinner: “el lapso de una sola vida no permite aprender mucho”, pero es todo lo que hay. Me gustaría ponerlo en palabras de Camus, una vez más: “El peso mismo de la roca basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginar a Sísifo feliz". Para el mundo probablemente no soy nada, pero para mí, soy todo. "En el espacio infinito y en el tiempo infinito el individuo se encuentra dentro de su finitud y por consiguiente como una dimensión infinitamente pequeña" (Arthur Shopenhauer, El Mundo como Voluntad y Representación).

Sin embargo, si apunto a realizarme en esta vida, sólo para esperar ser recordado… creo que esta conclusión es acaso apresurada y por lo mismo incorrecta (al menos para mí). Probemos algo ahora mismo: imagínese que está muerto(a). ¿Qué fue lo siguiente que se imaginó? ¿A su familia? ¿Qué habría logrado en su vida? ¿Algún plan no realizado, alguna tarea pendiente, quizás? Pues bien, todo está mal. No está imaginando estar muerto, está imaginando cómo sería su post-muerte. Un cuerpo inerte no imagina nada, no evoca recuerdos, no regresa como un espíritu para cumplir sus tareas pendientes, simplemente… nada, no está, no es. Y lo que no es, no puede plantearse nada. No existe. Incluso cualquier idea es aproximada, pues estamos evaluando la no existencia desde un plano existencial. Haría falta estar muerto para saber cómo es estar muerto. Pero una vez más, el muerto no sabe nada. No importa si la muerte vino tan rápido que no se pudo planear nada, si fue un accidente o algo natural, nadie tiene la certeza de saber cómo va a dejar de existir. Por ello, no se puede esperar ser recordado, no se puede evaluar a ciencia cierta la no existencia. Al pensar en la muerte, hasta el más dantesco de los avernos puede parecer reconfortante.

El deseo de la inmortalidad, el querer permanecer a través del tiempo o el instinto de supervivencia quizás haya sido el motor de la humanidad por un buen tiempo. Para algunos incluso es el imperativo de su obrar moral: actúan bien para ser recompensados luego de esta vida. Por ello, no se puede esperar que todos lo desechen así, sin más. Acaso la voluntad de sobrevivir sea predecesora de la razón misma, a pesar de que nuestras vidas prime ésta y no aquélla. Pero no me atrevo a escribir más al respecto porque hay suficiente información, ya he logrado escribir lo que deseaba.