jueves, 7 de junio de 2012

Breve llanto misantrópico.



¿Cuánto vale la vida de un humano? Mejor aún, ¿cuánto vale la vida de un animal? Nacen, sobreviven los más fuertes, viven se reproducen y mueren. ¿Dónde está la gracia? Ahora bien, añádase la facultad para hablar. ¿En verdad somos tan importantes como pensamos?

Qué se yo. Sólo sé que los repudio. Los repudio porque creen tener la razón en todo, porque se encierran en su atalaya ideológica y desde ahí son espectadores del mundo, o peor aún, cansados de ser espectadores, obligan sutilmente a los demás a abrazar sus ideales. Y también me repudio por creer tener la razón al increparles esto, porque también abrazo mis ideales cual bebe a su manta, porque en mi atalaya puedo verlos a ustedes, pero no por esto deja de ser una atalaya. Menuda paradoja.

Queremos vernos tan uniformes, tan iguales todos, tan tolerantes hacia los demás, aceptados, amados, pero a veces buscamos la singularidad, repudiamos el común denominador y nos burlamos de los “distintos”. Me detesto a mí por buscar la originalidad entre 700 mil millones de personas originales en este mundo... aunque generalmente se parecen, ¿no es así? No han hecho suyo el absurdo, no han concebido el peso de la existencia, ni ahora ni en mil años, ni en una noche de insomnio como la mía, acaso inducida por la maldita cafeína. Parecen abejas corriendo tras una miel inexistente. Y yo parezco un zángano criticando desde su esquina.

Detesto cada idea descabellada a la que se aferran. A algunos les gusta que les digan que poseen la razón, a otros les gusta señalar los errores de los demás, hay quienes tienen de ambas. No hay más. Claro, como si yo nunca hubiera tenido una idea descabellada y no me encuentre ahora mismo señalando errores. Soy víctima de mi lacerante razonamiento, soy yo quien se come la cabeza, ¡no ustedes!

¿Si me siento superior? Sí, y no. Superior a aquellos cuya meta última en el trajín de la vida es estorbar, aquellos que nacen y mueren fugazmente, pero en el ínterin carecen de voluntad para dar un paso lógico y fundamentado. Inferior, principalmente, con respecto a mí mismo, que me he sentido como un fraude mil veces, y cuyo consuelo es: “soy un mediocre, pero al menos voy en busca de superación” (aunque a veces pierda motivación ulterior). Al final, soy sólo un egocéntrico que ha aprendido a ser humilde. Y no me creo especial, me detesto tanto como a ustedes. Nada personal, en serio, es mi naturaleza, nuestra naturaleza.


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